Roque Benavides Ganoza es el empresario minero peruano que acude a más programas de televisión y radio que ningún otro, tanto a los de su agrado como a los que no lo son tanto. Se deja hacer preguntas por quienes piensan como él o por quienes no. Es el ejecutivo minero que más batalla da a las narrativas antimineras, que suelen ser preponderántemente antitécnitas. Defiende la inversión privada y a los pobres. Defiende la inversión privada por los pobres y para los pobres porque entiende de costos, de grados de inversión, de inflación y de desarrollo. En su oficina, entre muchas fotos de gente querida y libros, hay un cuadro que muestra con orgullo y que reza así: “El que ve lo social sin mirar lo económico pierde el sentido de la realidad. El que ve lo económico sin ver lo social pierde el sentido de la finalidad”. Cada vez que lo invitan a promocionar el país en cualquier parte del mundo, suele apuntarse al viaje. “De pequeño, mi madre me taladró que hay que hacer más por los demás”, recuerda el presidente del directorio de Compañía de Minas Buenaventura en una conversación aparte a este diálogo, y que mencionamos en esta introducción porque creemos puede ayudar a entender cómo una persona como él, con la vida resuelta, demuestra su amor por el Perú. “Nosotros, en Buenaventura, no apostamos, nosotros trabajamos por el país”, nos corrige.
¿Cuánto ha perdido el país por este discurso antitécnico de oponerse por oponerse, sin escuchar argumentos científicos, a los proyectos mineros, señor Benavides? Usted debe haber reflexionado mucho sobre ello, ¿no?
Mucho y es una pregunta que no tiene una respuesta fácil. Creo que en el momento en que los apasionamientos y las emotividades predominan, se pierde la objetividad. Existe un grupo de la población a nivel mundial que está convencido que los recursos naturales no hay que tocarlos, es el extremo del asunto medioambiental. Yo no soy un antiambientalista, todo lo contrario, pero con la inteligencia del caso. La sostenibilidad implica desarrollo social, cuidado del medio ambiente, pero también crecimiento económico. En muchas conferencias que he dado, repito que no hay mesa que se sostenga en dos patas. Se necesitan por lo menos tres para lograrlo. Se deben dar los tres a la vez. Soy un convencido de la sostenibilidad, del respeto de las comunidades, pero también del desarrollo económico.
Soy un amante de la lectura y recientemente he leído Kaput: el fin del milagro alemán, escrito por Wolfgang Münchau. En esta investigación el autor explica cómo su país se ha quedado relegado porque apostó por ciertas fuentes de energía y no la nuclear, por ejemplo. Es Alemania hoy tan dependiente del gas de Rusia pero hubo un momento en que pudo, como Francia, hacer crecer su industria nuclear pero tres o cuatro desorejados clamaban que la energía nuclear era sucia. ¡Es una barbaridad, una barbaridad! Eso no hicieron en Japón. Tampoco en Francia. Yo soy ambientalista pero no se puede defender el “no toquen nada”. Hay que poner en valor los recursos.
Ese es un sesgo ambiental, pero también hay sesgos políticos. Un ejemplo lo tenemos al lado, en Bolivia. Los especialistas lo advirtieron de todas las formas: un sistema así, sin inversión en exploración, y consumiendo sin reponer reservas de gas natural, solo tiene un final posible.
En efecto, es un sesgo el que usted menciona. Como es de conocimiento público, yo no estoy en el negocio de hidrocarburos, por supuesto, pero el Perú tiene uno de los costos de energía más baratos del mundo, ¡del mundo!, y la minería contribuye mucho con… Sigue leyendo gratuitamente esta entrevista en nuestra edición especial por el PERUMIN 37 aquí.